Tocqueville ha muerto
Cuando se ideologiza la lucha contra los males de una sociedad, el criminal ya no es el infractor punible y potencialmente reintegrable, subsanado el daño social, sino un enemigo, o pero aún un rival portador de las esencias de nuestro opuesto, hasta el punto de que sólo su aniquilación nos salva. Y el castigo se torne en venganza. Y la venganza es ajena a la Ley. La misma que convierte a una persona en reo y a un acto en tabú.
Una consecuencia espuria aun previsible de este modo integrista de razonar es que cuando tal ideología enemiga, encarnada en criminales de toda condición (acusados, procesados, sentenciados, culpables, antiloquesea y rancios/trasnochados) es permisible en una sociedad de opciones múltiples y conscientemente pluralista la noción de crimen se licúa y, como acto de partido, de idea alternativa y tolerable, se camufla en comprensión íntima. Y Amedo es un hombre íntegro, la represión republicana fue legítimamente sanguinolenta y el problema no es un De Juana Chaos criminal como un Gómez de Liaño cualquiera sino oscuramente emparentado con un Artur Mas o un Ibarretxe. Porque el mal no es la muerte. De ahí que no importe una condena absurda por presuntos delitos de opinión. El mal son los portadores de esencias extrañas.
P.S. Y ante tanta satisfacción por la resolución de la Huelga de Hambre Etarra, ¿cómo imaginar el criterio de un Supremo que debe revisar una pena considerada grotescamente excesiva por todos? ¿Qué dirigente victimista no atribuirá cualquier rebaja a una cesión al Chantaje, por supuesto nuevo tótem de la Democracia Combatiente, ya olvidada de la Independencia Judicial? Un Chantaje que autoriza cualquier boicot, cualquier fobia, cualquier insulto, cualquier militarada y cualquier estupidez. No luchen por la Unidad de todos, sino por la Redención de los puros.