domingo, junio 08, 2014

Prórroga dinástica

La extrema -para la época- longevidad y largo reinado (1282-1328) de Andrónico II, emperador bizantino, unida a la defunción prematura de su hijo y sucesor designado, provocó en el disipado nieto y su camarilla una clásica impaciencia que, a diferencia de tiempos pasados, no podía camuflarse en una lucha religiosa o la decepción por la derrota, ni tampoco resolverse con un golpe de mano, castración o cegamiento, según la edad, y envío a un monasterio para el derrocado. Las tensiones de la clase dirigente y la presión turca obligaban a un viraje que los jóvenes aspirantes pretendían imprescindible para el buen fin de la consolidación estatal tras la recuperación de la capital de manos de los monarcas latinos, católicos y occidentales, con la boyante dinastía de los Paléologo. La escasa pericia y nula percepción de la realidad llevó a una larga guerra civil que dividió y destrozó al Imperio y su prestigio, minándolo de forma casi definitiva ante el enemigo otomano que unas décadas más tarde redujo la extensión de los dominios bizantinos a poco más que la ciudad cuyo antiguo apelativo les identifica en la historiografía.

Cualquier relevo -ya se produzca en una asociación lúdica, una empresa familiar, un emporio comercial o un Estado desestructurado, y algo de todo ello es el actual Reino de España- genera reticencias y cambios. De neutralizar las primeras y justificar los segundos ante los perdedores dependen en buena medida éxito y pervivencia del acto. Seamos manidos y citemos al clásico:

"Los que, por caminos semejantes a los de aquéllos, se convierten en príncipes adquieren el principado con dificultades, pero lo conservan sin sobresaltos. Las dificultades nacen en parte de las nuevas leyes y costumbres que se ven obligados a implantar para fundar el Estado y proveer a su seguridad. Pues debe considerarse que no hay nada más difícil de emprender, ni más dudoso de hacer triunfar, ni más peligroso de manejar, que el introducir nuevas leyes. Se explica: el innovador se transforma en enemigo de todos los que se beneficiaban con las leyes antiguas, y no se granjea sino la amistad tibia de los que se beneficiarán con las nuevas. Tibieza en éstos, cuyo origen es, por un lado, el temor a los que tienen de su parte a la legislación antigua, y por otro, la incredulidad de los hombres, que nunca fían en las cosas nuevas hasta que ven sus frutos."

Maquiavelo, El Príncipe (cap. 6)

En efecto, las ataduras que el poder establece, aun cuando ande desprovisto de sustancia normativa, son difíciles de desenlazar. Una Jefatura de Estado inviolable, protegida en su opacidad por los medios y las elites, que además se fundamenta en la celebración acrítica de todos los logros, propios o atribuidos, reales o fingidos, pasados o futuros, materiales o inmanentes, como resultado de una legitimidad discutible y un escenario social, antes y ahora, escéptico ante una recuperación inaudita en la centuria, y cuya resignación, como prueban las más frescas encuestas, nace de una autolimitación en el tiempo y en las aspiraciones, so pena de una vuelta a las andadas, a la prehistoria cainita cuyo magnífico opuesto es la Transición y el enésimo intento de una Monarquía (esta vez totalmente) parlamentaria, por obra y gracia de la libre decisión del dictador que más supo aprovechar las discordias recurrentes de la bicentenaria trayectoria nacional de España. Desde todos los rincones del oficialismo, travestido ora de accidentalista ora de realista hasta límites decimonónicos, el mensaje reza setentero, cristalino: aguardemos un poco más hasta acabar con los atavismos que nos impiden ser un país como los demás; esto es, un país cualquiera, con sus prejuicios, su nacionalismo de Estado y de región, sus clases poderosas y su inefable defensa de intereses más o menos mezquinos.

Tal grado de evolución, en plena revuelta de las elites y cambio de paradigma socioeconómico -crecimiento dispar, bolsa de precariedad, limitaciones a involucrarse efectivamente, no ya en el debate, sino en la contestación de decisiones gubernamentales-  viene negado una vez más, acaso con la convicción de que es necesaria una continuidad simbólica para hacer tolerables -u ocultables- esas inmensas modificaciones al pacto social y al futuro previsto para las próximas dos generaciones. Los beneficiarios colaborarán en la medida que sus correlatos asuman la necesidad de una nueva derrota. Esta no ocurriría pacíficamente si al menos los restos -como aquellos ruinosos templos paganos de la Tardoantigüedad y protocristianismo de Estado- no siguiesen vigentes como solaz de ingenuos y agarradera de desgraciados.

No se trata, no nos engañemos, de una peculiaridad. A fin de cuentas, la legitimidad ancestral de las monarquías permite complejidades más difíciles de transmitir en repúblicas de historia, legado y solemnidades más cortas. Sin embargo, lo diferencial, como casi siempre en la Historia patria (siempre acabaría mal, según Gil de Biedma) es algo que, en plena democracia consolidada, ya nos suena:

Pronto, muy pronto...




martes, marzo 25, 2014

La Transición como alegoría


En los tiempos de la Reforma -con su oleada, vigente durante siglos, de cristianización genuina de unas masas cuya fe liviana y sustancialmente pandeísta se acomodaba mal con los distintos dogmas y especialmente con una lectura masiva e inspiradora de las Sagradas Escrituras-, uno de los debates de mayor relieve ocurrió a cuenta de la validez de Aristóteles para explicar el mudo sensible, o más concretamente de la pertinencia de su esquema argumental y su lógica a la hora de justificar la realidad invariable de las creencias religiosas imperantes. Los hallazgos físicos y astronómicos de un filósofo deísta nacido más de tres siglos antes de Jesucristo y que nunca habría entendido la sutil trama de metáforas y analogías que subyacen en la tradición judeocristiana, aparecía así como a clave de bóveda de un corpus espiritual desarrollado durante largo tiempo al margen de las necesidades del pueblo llano y circunscrito a un debate cada vez más alambicado (¡no se le denomina bizantino por  casualidad, precisamente!) entre selectos círculos de intelectuales. La cosa inició en el Norte de Europa, particularmente en Holanda, con el cambio de perspectiva de Descartes, residente allá, a la hora de analizar el entorno que le rodeaba y situando el sentido crítico y el escepticismo por encima de cualquier idea asumida, en un ambiente ya enrarecido por los hallazgos de Copérnico. Ambas, situando al individuo solipsista y a la desalmada Tierra en el centro del universo exterior e interior de las concepciones humanas, tremendamente rechazado por quienes sostenían que la unión entre ciencia y razón, prefigurada y demostrada por el insigne griego, no requería de más explicaciones ni cuestionamientos.

Ciertamente, el tiempo sonreiría a sus oponentes, entonces tachados de disolventes o incluso ateos. Sin embargo, la labor de estos, con un análisis desprejuiciado y contextualizado de los contenidos de la Biblia, tenían como fundamento entender el mensaje divino fuera de relatos circunstanciales no solo opuestos a las modernas investigaciones, sino inscrito en un escenario cultural y social bien distinto de las urbes renacentistas y barrocas que emergían en el deseo de saber. En la actualidad, los exégetas más probos admiten la incapacidad de entender la inmensa mayoría de pasajes -de ambos Testamentos- en un sentido literal, siquiera real. Aquellos que lo sostienen apenas tienen eco, salvo en medios muy reducidos y fanatizados. La verdad de mensaje divino atraviesa formas muy dispares, adecuadas al tiempo en que se propaga. Este parece ser el consenso de las principales organizaciones del mundo cristiano, y la asunción de los textos recibidos como hechos incontrovertibles ha llevado en muchos casos al descreimiento por la manifiesta ausencia de compatibilidad entre lo deducido por los hechos actuales y los antiguos textos.

Sirva este prólogo para reflexionar sobre los condicionantes de nuestro mito fundacional, sustituto del valor de los lusitanos perirromanos, el reino quasi-peninsular de los latinizados godos del oeste, la Reconquista con ayuda sustancial de los francos ultrapirenaicos y las ideas afrancesadas de la Constitución de Cádiz: el de la Transición interregimental de 1975-78. Como bien se ha argumentado, el relato oficial no es algo excepcional ni demasiado atacado por los cronistas, que en muchas ocasiones han colaborado con fruición a la hora de establecerlo. A pesar de todo, junto a su carácter notablemente reciente, hay un dato a reseñar: la mitificación de ese periodo no solo abarca el mismo, o sus antecedentes inmediatos y sus consecuencias directas. De facto, se extiende hacia atrás, al menos, hasta los años treinta, con la II República, sus crisis y problemas, la Guerra Civil y, hacia delante, hasta el momento presente. Pues la Transición no representa solo una época de concordia y buenas voluntades, donde se vuelve a colocar a buenos y malos españoles en un contexto radicalmente nuevo y se sitúa un nuevo nacimiento -en primer lugar de la Nación y su instrumento, el Estado, al que había que proteger de cualquier riesgo-. Una oportunidad no ya de reconciliación y perdón, sino de lavado general de la historia de España del siglo XX y aun de la contemporánea. No desaparece el odio o la división, sino que se sublima en algo nuevo: el triunfo de todos frente al enemigo, esto es, la diacronía recibida de pronunciamientos, golpes, contragolpes, guerras intestinas, masacres y retraso. No en vano, una de las condiciones indeseadas que se vinieron abajo en la Transición es la de anomalía, la falta de compás de "este país" (Larra) con su entorno cercano, o más bien las expectativas y el legado de grandeza que, agazapado, vive en el resentimiento patriótico que ha dominado el pensamiento español de los últimos doscientos años. En ese sentido, la Transición y el sistema que alumbra pueden calificarse de anti-Historia.

La labor de los políticos del momento radicaba en anular -políticamente hablando- las dos, tres o cuatro memorias paralelas que habían ido compilando agravios, no mediante su desautorización rigurosa, sino ensalzándolas como contraejemplo. Se asumían todos los males achacados con tal de que se detuvieran en el nuevo periodo de concordia y paz que se abría irremisible y permanentemente. Suárez, hombre del régimen más que de su ideario, amante del Estado y no de un esqueleto ideológico que los sostenía, pareció adecuado para encarnar y expresar ese nuevo estado de opinión, basado en la mitigación de las inquinas vía petrificación del amodorramiento social, tendente a no enseñar, sin olvidarlos, los motivos de disputa sin una autentica contrición ni interés por husmear en ellos.

Por ende, se trataba de no polemizar por la veracidad de unos elementos narrativos contradictorios entre sí y sujetos al momento de su emulsión, tal y como interpretamos ahora la Biblia y los conservadores del primer párrafo desearan ver incólumes. Con motivo de la muerte del ex-presidente, el discurso oficial apelaba a los valores delos años setenta: estabilidad, unidad, libertad, democracia, patriotismo español, cambios graduales e incardinados en el andamiaje jurídico... Solamente un líder electo del tiempo, Artur Mas, en su propia búsqueda de sentido, ha empleado las valientes y en ningún caso aseguradas negociaciones de Adolfo Suárez y su gobierno como rediviva alegoría de un nuevo cambio de régimen -este más discutido por el resto de españoles, catalanes incluidos-. Una mutación que, acaso, prolongue la vitalidad de la Transición en un momento donde su legado en todos los ámbitos empieza a sr visto como insuficientemente adaptado a los tiempos que corren, primer paso hacia su deslegitimación. A fin de cuentas, a un joven de ahora las cuitas de don Adolfo con ideas, topes y bloques que ahora no existen le suena tan banal como a un erudito cartesiano las genealogías de Abraham, otro Pater Patriae.

jueves, julio 07, 2011

Revoluciones del siglo XXI

Una vez presenciadas -también respecto a Saint Lambert en Lieja, donde hace más de doscientos años se demolió una bellísima catedral homónima en aras de un cambio profundo e irreversible-, las exequias del llamado 15-M (acaso hasta las próximas elecciones), quizá convenga, lejos del fogoso interés inmediato y de las sombras que arrostra toda ácrata espontaneidad juvenil, señalar la auténticas razones de su fracaso -salvo una mayor participación en el proceso electoral, donde el nodo argumental básico del movimiento deposita las raíces del mal y, por lo tanto, de su misma y necesaria existencia-:

La incapacidad de los reunidos para alcanzar un programa común. La lógica diversidad de quienes se han unido para denunciar las carencias de un sistema que rechazan concita una obligada pluralidad de idearios, razonamientos, métodos y fines últimos que la mera atención mediática y la convergencia física han sido inhábiles para fusionar en propuestas precisas, no por la utópica naturaleza de estas, ni por la conformación de un espacio al margen de las prioridades programáticas de la clase dirigente, ni siquiera por el abismo ideológico entre radicales y gradualistas, sino por la misma raíz polifónica de los indignados concurrentes. Otra idea del Estado, la sociedad o la representación puede ser bienvenida e incluso pertinente, pero nunca en comandita con sus opuestos: la coherencia interna, premisa de la lógica, resulta imprescindible asimismo en toda reclamación de poder.

La desorientación estratégica. Al margen de las circunstancias particulares que motivaron las ucsivas decisiones que han acabado, a título provisional, con la capacidad de influencia dle movimiento, la fijación en las plazas supone una muestra de debilidad más que de fortaleza. El modelo árabe, donde las vías de uso público son aún el eje de la vida ciudadana, política y socialmente, se ha perdido en la margen septentrional del Mediterráneo. Que la elite de aquellos países lograra confirmar y pactar por medios telemáticos su deseo de cambio no convierte, como bien daben los internautas, una campaña iniciada en los servidores de un ordenador carta de naturaleza multitudinaria. Incluso si España comparte con esos países la escasa penetración de Internet en su versión plena (banda ancha), la gente en nuestro país no exhibe sus posturas en la calle, ni transcurre en ellas una parte sustancial de su vida, como ocurría hace veinte o treinta años, cuando salir a la rúa era a la vez signo de unas costumbre secular y necesidad sentida por la mayoría. La ocupación, pérdidas económicas aparte, no conllevó más que la transformación en fenómeno petrificado, caduco y frustrado. La vuelta de tuerca solo dejaba dos vías: la gradual desaparición o la reación violenta. Merced a los errores de la Plaza Cataluña, sta última aún gozó de alguna solidaridad, pero su continuación, atentaria contra los intereses y voluntades del resto de ciudadanos convirtió los frustrados asaltos a cámaras aparlamentarias en el epítome de su inanidad: su audacia residía ya únicamente en las agresiones, no en el ambio que propugnaba.

Los medios de comunicación de masas: Ellos, fundamentalmente la televisión, han suplantado nuestro esquema mental hasta el punto de hacernos odiar a personas que no conocemos y de las que nunca habíamos oído hablar -ni deseado-, adaptar nuestro léxico y dicción a las reglas de una entidad ajena a nuestro entorno, incluso cognitivo, y descargar en otros la responsabilidad de orientarnos sobre la relevancia de lo que ocurre. Desgraciadamente, Internet no ha superado todavía su estado primitivo en la consideración de suficientes españoles para que la exposición del 15-M constituya algo más que la excrecencia exótica y, paradójicamente, tranquilizadora, de un pueblo temeroso, dolido e incapaz de asumir unos sacrificios que aún entiende como fútiles o malintencionados. O peor aún: ajenos. Una protesta de índole minoritaria desde su origen, crítica con las formas y objetivos establecidos de la información no puede aspirar a remover conciencias limitándose a ser objeto de las fobias y afinidades de cada cual. Resulta patético verbalizarlo: quien aspira a cambiar el mundo, la toma de decisiones o su barrio no encuentra su lugar en la mera condescendencia de la pueril exhibición disidente.

Aislamiento. Increíblemente en un escenario de rencores compartidos, la interrelación entre los diferentes grupos y movimientos contrarios a la política dominante, incluso los de un mismo país, han sido nulos. Aún más: un colectivo que ha tenido acceso a la información necesaria como para convertirla en la base de su protesta en una era de resignación desinformada se ha negado a entender el mundo en el que vive, donde instituciones internacionales o europeas toman decisivas medidas sobre la reconversión financiera y productiva. En lugar de vehicular las alternativas hacia quien es capaz de actualizarlas, las alusiones genéricas al poder no restan tesón o sinceridad, pero sí credibilidad. Diríase que se conformaron con la repercusión obtenida en un ámbito, el nacional, que ya no puede resolver todos los problemas. Su pretendida actitud revolucionaria y desprejuiciada no les ha impedido cometer los mismos errores que aquel canto del cisne del sindicalismo patrio ante el cierre de astilleros en los ochenta. Sin embargo, entonces no había un panorama institucional accesible a nivel europeo, ni eran conocidas muchas de las siglas cuyo significado todo quisque intuye ahora fácilmente. Invocar las mentiras, inexactitudes, incapacidades, muy reales, del gobierno solo adquiere sentido en un contexto polivalente donde se tengan en cuenta otras maneras, otros datos, otras decisiones, otros foros. Si algo debe juzgarse realmente denunciable, por incomprensible y contradictorio, acerca del 15-M, es, sin duda, esto.

jueves, mayo 26, 2011

Un último servicio

Las primarias en el PSOE han sido desactivadas. Chacón renuncia a una decisión tomada, según ella, en febrero, y que estaba dispuesta a llevar a término hasta hace 48 horas, como máximo. La intervención del barón-único Patxi López en favor de una sucesión escalonada (contra todas las proclamas de bicefalia que ahora han resultado doblemente desmentidas, además, por la escasa determinación de Zapatero para cumplir con un compromiso personal, ahora que el resto han sido olvidados, bien por el electorado, bien por él mismo).

La ministra de Defensa habría encontrado un rival en Rubalcaba, el hombre fuerte de un ejecutivo casi en funciones cuyo presidente ya ha abandonado su carrera política. Su edad y ejecutoria le impedirian convertirse en el líder deun PSOE futuro, menos aún durante una previsiblemente larga -y dolorosa, tras la pérdida de casi todo el poder municipal y autonómico, de siempre tabla de salvación para dirigentes incapaces de desparecer del todo y como modelos, a la americana, de gestión alternativa, sin la cual solo el tabú Zapatero ha podido imponerse. Los movimietos internos, ya anunciados por un defenestrado Barreda, ex-zar de Castilla-La Mancha, para una reformulación programática en lugar de una competición de liderazgo entre la militancia, ha dado su fruto: Chacón pasa a una reserva incierta entre dos anunciados fracasos, el del pasado domingo y el de marzo de 2012, y a Rubalcaba viene encargada la misión de salvar algunas naves. Nadie quiere un escenario del 2000, porque no es momento para convulsiones ideológicas, al menos hacia adelante, ni para líderes sociales, que no serían capaces de colmar las expectativas en una España que -lo supimos justo ayer, por cierto- que no recuperará el nivel de empleo de la época de vacas flacas hasta 2026 o ahí. Y no hablemos de salarios, poder adquisitivo, condiciones laborales, autoestima, etc. Todas ellas destinadas a un descenso cuyo fin no se vislumbra ni en el más perspicaz análisis.

No: "lo que queremos -han manifestado implícitamernte en el PSOE- es un candidato". Alguien que asegure resultados aceptables (incluso, ¿por qué no?, en Andalucía) para salvaguardar al verdadero futuro del partido: la mesocracia que ha vegetado durante el mandato de Zapatero, hostigados por los jóvenes representantes de una idea política que parecía la más pertinente y exitosamente irrevocable desde el Fin de la Transición, esa que muchos estaban olvidando ya. Pero ha vuelto, y como en esos setenta que la vieron crecer, en los ochenta de la reconversión europeizada, industrial y emocional, y los fríos noventa del Fin de la Historia -pero no de la bienamada Transición, alfa y omega de la política española- y la atonía ilusionante de la dirección unívoca de os asuntos comunes, entonces más progresista y libertaria que ahora. En plena segunda década del siglo, el cainismo ha alcanzado, una vez más, su objetivo: la lucha entre iguales sin más alternativa. Paradójicamente, el 15-M, con su movilización del sector más inquieto -léase audaz, desorientado, contestatario, ingenuo- del elecorado, ha favorecido la vuelta a la sacrosanta normalidad, la del "váyase" (... para ponerme yo"), los ataques por hacer lo mismo que uno haría si estuviera en su lugar y, sobre todo, para o cuestionar nada (ni siquiera el Estado autonómico, de momento) de lo que ha venido sendo el constructo institucional-clientelar de los treinta y pico años de democracia monárquica. Perfecto: todos en sus puestos, incluidos los redivivos nacionalistas periféricos. Volvamos al juego. Mientras tanto, ahí fuera, lo acotan casi sin que lo sepamos.

Rubalcaba, a destruir las perspectivas ideológicas que no supongan unas fórmulas que ya han deleitado a cientos de opinantes y hartado al resto. A expurgar todo resto de emoción de una carrera, incluidos a los seguidores del contrario. A mantener, por unos lustros más, el espíritu lampedusiano del Mito de la Transición; que es, a su vez el Mito de España, profecía autocumplida.

Y Chacón, cuyas posibilidades en 2016 son más remotas hoy que ayer, claro, a combatir a domicilio tras unas elecciones donde todo lo negativo, como en las respetables casas comerciales sin mácula, se apuntará al antecesor y el saldo que hubiere, para las novísimas formas de gobernar y formular de Rubalcaba, o más precisamente de su espíritu, encarnado prontamente en un joven sucesor. Aquel que pueda seguir mirando a los ojos de su interlocutor y encontrar la misma rueda girando que espejean los suyos.

sábado, abril 02, 2011

Y, sin embargo, más feliz...

Zapatero abandona el poder mediático, el que garantiza el futuro de tantos cargos de libre designación, redactores "intímisimos", contertulios perezosos, humoristas en busca de inspiración y demás paniaguados agradecidos a la estabilidad y continuidad de un mismo corazón en lo alto de la toma de decisiones, al margen de que sus principios varíen, sujetos a la telaraña de los tiempos económicos, intereses poderosos, amenazas más o menos directas de compañeros y demás eufemismos sinónimos. Una vez agotadas sus posibilidades de profundizar en la necesidad de reformas que justifiquen una cara conocida a quien culpar de su previsible impopularidad, también lo hacen sus -ya magras antes de aquella copa de Navidad, quiero decir, hoy. expectativas de influir en el debate público, germen de la opinión real (entiendase, electoral) en este país nuestro, tan cainita e irreflexivo, terreno ideal para argumentarios de toda índole. (¡Y hay quien se mofa de FOX News y la empalagosa anodinez de la CNN!)

Lo que no deja, hasta marzo de 2012, es su lugar institucional, su aportación al escenario simbólico de la imaginada vida en común de las naciones. En tanto que encarnación de los defectos y problemas de la política española, a don José Luis, hasta que el BOE dicte su retiro, ha pasado a la reserva, una experiencia que, dimediada, ya ha tenido desde el nombramiento afrancesado de Rubalcaba como jefe fáctico del gobierno. Recibirá las culpas, no solo de su partido, sino de la sociedad en su conjunto, como el Justo Doliente de Ezequías. Una construcción que, paradójicamente, le rehabilite para una Historia de España que, retrospectivamente, adora los chivos expiatorios. aunque no le salvará hasta dentro de dos legsislaturas -o presidentes, lo que llegue depués-. Dos mil quinientos años después, el apego de la nación hispana a sus raíces judeomesopotámicas sigue vigente: desde Samuel en la Israel tribal hasta Azaña en Benicarló, pasando por el Cid y Espartero, el sacrificio agnal en beneficio de un bien mayor que les depsreciaría supone el objetivo buscado por futuros héroes de los textos que, justamente por ello, acabaron por odiarlo al fin de sus días. Gracias a ello, el sucesor designado o esperado (¿Rubalcaba?) saldrá libre de los pecados cometidos a su lado y aun de los de su época bajo la autordad de Felipe González; de nuevo, en una tierra poco dada a la memoria, siquiera la selectiva, como muestra el amortizado-al-poco-de-nacer caso de las actas etarras.

En fin, con la derrota en 2012 virtualmente telegrafiada por el paro y, especialmente, el diferencial a respecto con nuestros antigiuos modelos (Alemania, Francia) y, para deshonra colectiva, contramodelos (Italia y su epítome -según nosotros, tan afines- berlusconiano), la dicha del contendiente socialista no será ni muy extendida en el velocísimo decurso de la política española ni envidiado en demasía por quienes, relegados al papel de electores, lo sustituyan por el venturoso rival de 201..., cuando el combate ideológico que ya se prepara se halle más desligado de la situación económica, esa cuyas consecuencias tanto inquietan -y cuyas causas tanto confunden- a los depositarios de una soberanía fingida, tanto más después de una liquidación del país inexistente -a.k.a. Portugal-, la indiferencia hacia la cual de su gran y único vecino responde asimismo al solaz egoísta que tanto se denostaba en tiempos más soñadores, de "contagio" y ."salvación del euro".

Si algo debe preocupar a Rajoy no hay que buscarlo en los avisperos de su propio partido, ni en el astro ascendente del Fouché de Solares, sino en por qué, de aquí a seis o nueve meses, se hablará del sucesor del sucesor, del futuro socialista a medio plazo, en lugar de sus años de gobierno, vertiginosamente próximos. El problema del pontevedrés nacido en Compostela (como Zapatero es un leonés de Valladolid) reside en que la amortización de su hasta ahora único rival conlleva, en el visor de quienes crean el sentir popular, la suya. Porque también a él se le inmola en un altar destinado a ruina: el del zapaterismo.

jueves, noviembre 12, 2009

Ariadna y Teseo

La
identidad de las cajas, ¿es la misma que la de la patria? ¿Qué es la identidad?

La identidad es la etiqueta -virtualmente unívoca si nacional- en el entorno laberíntico de humanos distintos entre sí. El ovillo de lana que nos guía hasta la plenitud del hijastro de Minos, donde podremos traicionarlo. Mas su ventaja, como la de las religiones escatológicas, reside en que el fin nunca llega. Lo legaremos, junto con el ovillo, cada vez más desenlazado, a las generaciones que nos sucedan. Cada pasadizo marcado con el hilo de lana empequeñece su fuente y agiganta su alcance.

sábado, marzo 22, 2008

El plan de Cicerón

Hay un nuevo tantra redentor: sentencia interpretativa. La incapacidad política para consensuar un estatuto de autonomía sustancialmente idéntico a algún otro deberá sublimarse en un tribunal omnipotente para realizar la ya cansina excepción catalana. La misma integrante de la ley proyectada, la sancionada y la abolida.

viernes, marzo 14, 2008

Nominalismo

- ¿Josep?

-Me llamó José, aquí y en la China.

Puesto que José Luis Carod-Rovira es en la realidad Josep Lluís, Josep Montilla oculta al molt honorable José Montilla. Y viceversa.

Otrosí, la doble extrapolación orteguiana de El Mundo: la lengua castellana es Castilla; Castilla es España.

viernes, febrero 29, 2008

Nihilismo

Si Cándido Conde-Pumpido denuesta acerbamente al Tribunal Constitucional, clave de nuestro sistema político, todo está permitido.

(Excepción hecha, en los tiempos de hierro, respecto a los enemigos de la Idea Nacional de España).
Homoiousios

En pleno debate teológico sobre la Idea, ciertas agresiones verbales a la convivencia han jalonado la campaña de Dolors Nadal, María San Gil y Rosa Díez, en Barcelona y Madrid, las dos ciudades populosas de las Españas. Sin duda, los inquisidores mediáticos fueron a la condena, no de autores y cómplices, demasiado idiotas para actuar espontáneamente a pesar de todo, sino a, claro, cómplices, encubridores y -neologismo ex ley de partidos- minimizadores. Todos ellos recibieron no únicamente la expulsión al rechinar de dientes, como el que algunos descerebrados pretendían reducir a varias candidatas conferenciantes, sino la indeleble culpa de ideas malsanas, definidas por oposición a las de aquellas, por océanicas que fueran.

¿Nuevo victimismo, entonces?

En absoluto, Porque en las tinieblas del Pacto Antiterrorista subyace una serie de charlas de Ibarretxe, el Otro, devenidas en similares actos reprobables de intolerancia. Las conclusiones, en cambio, fueron nicenas. Años después, el medio se ha autoinculpado. Quizá no era consciente. A lo peor, sí:


"No puede haber democracia sin reconocimiento del adversario como demócrata. Los intentos de boicotear mítines electorales del PP en las autonómicas catalanas de 2006, los zarandeos e insultos compartidos por el entonces ministro Bono y la entonces eurodiputada socialista Rosa Díez en una manifestación por la unidad en defensa de las víctimas de ETA, son, entre otros muchos del mismo carácter, comportamientos infames. También lo es anegar la condena reglamentaria en un mar de considerandos de los que se deduce que, en el fondo, los agredidos se lo merecían."
(Editorial de El País, 20 de febero de 2008)

"El lehendakari tiene todo el derecho a explicar libremente su plan soberanista dentro y fuera de Euskadi. Sería muy deseable que los vascos que se oponen a ese plan también tuvieran la misma oportunidad de criticarlo abiertamente en su propia tierra, sin miedo a broncas ni represalias (...)

Y en el resurgimiento del viejo nacionalismo españolista, que niega la diversidad de este país, tiene mucho que ver la obstinación del nacionalismo vasco -el violento, pero no sólo- en mantener una actitud de confrontación permanente (...)

Durante años el PNV ha mostrado poca sensibilidad para los miles de vascos que malviven en Euskadi hostigados y amenazados de muerte. Eso podría llevar a algunos a alegrarse de que Ibarretxe haya sufrido en Granada la misma pócima que sufren tantos vascos en su propia tierra."
(Editorial de El Pais, 24 de octubre de 2003)