sábado, abril 02, 2011

Y, sin embargo, más feliz...

Zapatero abandona el poder mediático, el que garantiza el futuro de tantos cargos de libre designación, redactores "intímisimos", contertulios perezosos, humoristas en busca de inspiración y demás paniaguados agradecidos a la estabilidad y continuidad de un mismo corazón en lo alto de la toma de decisiones, al margen de que sus principios varíen, sujetos a la telaraña de los tiempos económicos, intereses poderosos, amenazas más o menos directas de compañeros y demás eufemismos sinónimos. Una vez agotadas sus posibilidades de profundizar en la necesidad de reformas que justifiquen una cara conocida a quien culpar de su previsible impopularidad, también lo hacen sus -ya magras antes de aquella copa de Navidad, quiero decir, hoy. expectativas de influir en el debate público, germen de la opinión real (entiendase, electoral) en este país nuestro, tan cainita e irreflexivo, terreno ideal para argumentarios de toda índole. (¡Y hay quien se mofa de FOX News y la empalagosa anodinez de la CNN!)

Lo que no deja, hasta marzo de 2012, es su lugar institucional, su aportación al escenario simbólico de la imaginada vida en común de las naciones. En tanto que encarnación de los defectos y problemas de la política española, a don José Luis, hasta que el BOE dicte su retiro, ha pasado a la reserva, una experiencia que, dimediada, ya ha tenido desde el nombramiento afrancesado de Rubalcaba como jefe fáctico del gobierno. Recibirá las culpas, no solo de su partido, sino de la sociedad en su conjunto, como el Justo Doliente de Ezequías. Una construcción que, paradójicamente, le rehabilite para una Historia de España que, retrospectivamente, adora los chivos expiatorios. aunque no le salvará hasta dentro de dos legsislaturas -o presidentes, lo que llegue depués-. Dos mil quinientos años después, el apego de la nación hispana a sus raíces judeomesopotámicas sigue vigente: desde Samuel en la Israel tribal hasta Azaña en Benicarló, pasando por el Cid y Espartero, el sacrificio agnal en beneficio de un bien mayor que les depsreciaría supone el objetivo buscado por futuros héroes de los textos que, justamente por ello, acabaron por odiarlo al fin de sus días. Gracias a ello, el sucesor designado o esperado (¿Rubalcaba?) saldrá libre de los pecados cometidos a su lado y aun de los de su época bajo la autordad de Felipe González; de nuevo, en una tierra poco dada a la memoria, siquiera la selectiva, como muestra el amortizado-al-poco-de-nacer caso de las actas etarras.

En fin, con la derrota en 2012 virtualmente telegrafiada por el paro y, especialmente, el diferencial a respecto con nuestros antigiuos modelos (Alemania, Francia) y, para deshonra colectiva, contramodelos (Italia y su epítome -según nosotros, tan afines- berlusconiano), la dicha del contendiente socialista no será ni muy extendida en el velocísimo decurso de la política española ni envidiado en demasía por quienes, relegados al papel de electores, lo sustituyan por el venturoso rival de 201..., cuando el combate ideológico que ya se prepara se halle más desligado de la situación económica, esa cuyas consecuencias tanto inquietan -y cuyas causas tanto confunden- a los depositarios de una soberanía fingida, tanto más después de una liquidación del país inexistente -a.k.a. Portugal-, la indiferencia hacia la cual de su gran y único vecino responde asimismo al solaz egoísta que tanto se denostaba en tiempos más soñadores, de "contagio" y ."salvación del euro".

Si algo debe preocupar a Rajoy no hay que buscarlo en los avisperos de su propio partido, ni en el astro ascendente del Fouché de Solares, sino en por qué, de aquí a seis o nueve meses, se hablará del sucesor del sucesor, del futuro socialista a medio plazo, en lugar de sus años de gobierno, vertiginosamente próximos. El problema del pontevedrés nacido en Compostela (como Zapatero es un leonés de Valladolid) reside en que la amortización de su hasta ahora único rival conlleva, en el visor de quienes crean el sentir popular, la suya. Porque también a él se le inmola en un altar destinado a ruina: el del zapaterismo.