Tradición (I)
Realmente la tradición en sí no vale nada: necesita patrocinios. Un adjetivo rompedor que la enmarque en la forja de un sentimiento colectivo. Por tanto lo importante es la interpretación. De ahí que los petardos sean aptos para los niños. Una tradición bien nombrada es aquella inmune a los valores sociales porque, al inventarla un colectivo, otorgándosele su esencia definitoria, no enlaza con su realidad factual, sino con la imagen que se forma (por encima) de sí mismo. Y si la tradición vence, lo hace su patrocinador-colectivo, al que sublima y afama. En el terreno, deportivo y tribal, de lo simbólico, la tradición resume el bando, siempre propio, siempre exclusivo, siempre empático, siempre mejor.
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