viernes, febrero 08, 2008

El y tú más

La República italiana siempre fue referencia paliativa a los males de España. Su caos político y supeiroridad económica se reunían en el mejor acicate para el secular pecado español (desde 1898): la frustración. Ya se produjo en los primeros noventa, con casos señalados de corrupción, relativamente ingenuos al lado de los acostumbrados patrios contemporáneos y, ahora sin parangón, los actuales.

Periódicamente un anónimo editorialista, o un forofo experto, rescata del sopor al país mediático transalpino y nos lo presenta, al estilo de Wilde, como el resultado alternativo de nuestras decisiones colectivas, agudísimas en comparación. Así, Italia es el reverso, el infierno para quien no ha perdido toda esperanza.

Se entiende, prístinamente, que haya quien desee expulsar al estado itálico del G-8, a pesar de los buenos argumentos económicos y el paro más leve que en este país. Si el contramodelo es Italia, ¿dónde quedamos nosotros y nuestra grandeza?

Tal cuestión supone obviar la paradoja: Italia también es nuestro modelo,

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